Las botellas de vino y champán presentan una característica distintiva: un hueco en su base, también conocido como «picada» o «mordisco». Este elemento no es meramente decorativo, sino que cumple funciones clave en la conservación, estabilización y servicio de estas bebidas.

Históricamente, el origen de la picada se remonta al siglo IV, cuando las técnicas de soplado de vidrio no permitían producir botellas con bases perfectamente planas. Para estabilizarlas, los sopladores creaban una base cóncava, más pesada y estable. Este diseño no solo garantizaba la estabilidad de las botellas en posición vertical, sino que también contribuía a hacerlas más sólidas.

En la actualidad, aunque las técnicas de fabricación han avanzado, el diseño con el hueco en la base ha perdurado. Además de su función histórica, este fondo hueco resulta fundamental en la conservación de los vinos. Facilita la separación de los sedimentos que se acumulan en el fondo de la botella durante el envejecimiento, evitando que se mezclen con el líquido al servirlo. 

Asimismo, el hueco en la base proporciona una mayor resistencia a las botellas, especialmente importante en vinos espumosos como el champán, que generan altas presiones internas debido al dióxido de carbono. Distribuye la presión de manera más uniforme y reduce el riesgo de explosión de la botella.

La profundidad del hueco puede variar según el tipo de vino y su tiempo de almacenamiento. Los vinos jóvenes requieren menos profundidad, mientras que aquellos destinados a un largo envejecimiento necesitan una cavidad más pronunciada para contener los sedimentos.

En cuanto al servicio del vino, la picada o mordisco no solo brinda estabilidad al colocar la botella en la mesa, sino que también facilita el vertido del líquido. Al colocar el pulgar en la cavidad, se estabiliza el brazo y se manipula mejor la botella al servir, una de las maniobras distintivas de los sommeliers.