La vid goza de fertilidad plena por tiempo limitado, un tiempo ajeno al humano.

Así como el ser humano, hay plantas de vid que alcanzan los cien años, incluso más. Pero es solo un fragmento de ese tiempo cuando llega su etapa más fértil. Un periodo de hasta 25 años en el que el ciclo de la vid se repite una y otra vez como el uróboros, con cortas pausas solo en meses de frío.

Tras cuatro años de haberla plantado, la vid se brinda a compartir sus frutos en producciones regulares, según explica Pablo Oliva, ingeniero agrónomo.A partir de entonces, las viñas tarijeñas se someten al tiempo impuesto por la planta. El calendario occidental es obsoleto y el año se mide entre agosto y marzo, entre la poda y la vendimia, entre el calor y el frío.

Ese año uvero tiene sus propias estaciones. Brotadura, floración, pinta y vendimia son algunas de las etapas que marcan el ritmo del calendario a lo largo de 25 años. En medio, cada ciclo es interrumpido por un periodo de hibernación pactado con el frío y la vid se desprende temporalmente de sus hojas como si de piel mudara.

“La edad de la vid es como en una persona, una planta joven puede producir mucho, pero una madura tiene la experiencia y la capacidad para aguantar diferentes embestidas”.

Pablo Oliva

La etapa fértil de la vid no es solo producir y producir, es también un proceso de algo similar al aprendizaje y experiencia, ya que, con cada ciclo cerrado, la vid gana herramientas para dar un mejor fruto al siguiente. Sin embargo, mientras se acerca al ocaso de su capacidad productiva, la competencia crece a unos kilómetros de distancia. Alcanzado ese cuarto de siglo, la vid será reemplazada por otra más joven y productiva. Los sabores de la madura son mejores y particulares, pero no suficientes como para considerarla rentable.

Es así como el ciclo de la vid se remite al uróboros. Toda una industria se basa en un proceso cíclico estudiado para mantener la viña en sus veinte, una juventud que aparenta ser eterna por renovarse ya sea en ciclos de ocho meses o de 25 años.